Bajo la sombra de la noche: el aborto cruza las fronteras
Selecciones 2015

Jessica y Robert* tenían un hijo de tres años y estaban ilusionados con su segundo embarazo, una niña. Cuando Jessica tenía 21 semanas de gestación, el ultrasonido de rutina resultó normal. A las 26 semanas, tuvo un pequeño accidente de tránsito y su obstetra la remitió para que le hicieran un ultrasonido especializado, pues estaba preocupado por el corazón del bebé. Así fue como Jessica y Robert descubrieron que su hija tenía un defecto cardíaco serio. Después de ver a un perinatólogo, un genetista y un cardiólogo pediátrico, se percataron de que el pronóstico era grave. Después del nacimiento, su hija necesitaría cirugía a corazón abierto y requeriría dos operaciones más en su primer año de vida. Si sobrevivía el tiempo suficiente, su única oportunidad real sería un trasplante cardíaco. Ellos lloraron, rabiaron, y luego recurrieron a internet. Sintieron que la única forma de proteger a su hija de una vida de sufrimiento era la interrupción del embarazo. Cuando llegaron a nuestra clínica en Nuevo México estaban abatidos, frágiles. “Siento como si hubiéramos cruzado a hurtadillas las fronteras estatales bajo la sombra de la noche”, nos dijo Jessica, “pero ¿qué podíamos hacer?”

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Under the Cover of Night: Abortion Across Borders
October 2015, Vol 17, No 4

Jessica and Robert* had a three-year-old son and were excited about their second child, a daughter. When Jessica was 21 weeks pregnant, the routine ultrasound was normal. At 26 weeks, she was in a minor car accident and her obstetrician referred her for a specialized ultrasound, concerned about the baby’s heart. This was how Jessica and Robert discovered that their daughter had a serious heart defect. After meeting with a perinatologist, a genetics counselor and a pediatric cardiologist, they realized the prognosis was dire. After birth, their daughter would need urgent open-heart surgery, and would need two more surgeries in her first year of life. If she survived long enough, her only real chance would be a heart transplant. They cried, they raged, and then they turned to the Internet. They felt the only way they could protect their daughter from a lifetime of suffering was to terminate the pregnancy. When they arrived at our clinic in New Mexico, they looked beaten down, fragile. “I feel like we snuck across state borders under the cover of night,” Jessica told us, “but what choice did we have?”

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