La economía cubana entró en una espiral descendente en la década de 1990, tambaleándose por la caída del socialismo europeo y por un más estricto bloqueo de los Estados Unidos. Para mitigar los efectos drásticos del choque, se adoptaron medidas que transformaron nuestro paisaje urbano, especialmente en las grandes ciudades como La Habana, vinculando paradójicamente el período a incipientes opciones de promoción de salud. Una de las más importantes fue la introducción de carriles para bicicletas en las calles de la ciudad, sendas diariamente recorridas por personas montadas sobre las más de un millón de bicicletas, que se importaron para compensar la casi inexistencia de transporte público causada por la escasez de combustible. En segundo lugar, comenzaron a brotar huertos urbanos, que involucraron a los habitantes en la producción de sus propios alimentos, en especial vegetales.
Cuba’s economy spiraled downward in the 1990s, reeling from the collapse of European socialism and a tightened US embargo. To mitigate the crash’s drastic effects, measures were adopted that transformed our urban landscape, especially in large cities such as Havana, paradoxically linking the period to nascent health-promoting options. One of the most important was the introduction of bicycle lanes on city streets, paths daily ridden by people on the over one million bicycles imported to offset the nearly nonexistent public transport caused by fuel shortages. Second, urban gardens began to sprout up, involving urban dwellers in production of their own food, particularly vegetables.
Without minimizing the impact of the crisis, these two seemingly disparate phenomena meant people were getting more exercise, consuming fewer fats and carbohydrates and more fresh vegetables. People were even breathing fresher air, with fewer CO2-belching trucks, old cars and buses on the streets and less diesel used to transport produce in from afar.